El día 49.
Ya iban 48 días en espiral. Ya iban 48 rutinas sin salida. Ya iban 48 veces que un hermano miraba a otro hermano morir. Cada día era peor que el anterior. Cada día sentía más el deseo de gritarle a todo aquel que se le cruzara, cada día adquiría más conocimiento sobre una estúpida rutina que el mismo llevaba a cabo, día tras día. Había visto vigas caer, había visto asaltantes violentos, caídas a hoyos de construcción, incluso una abeja (justo cuando el destino tuvo a bien dejar en evidencia la alergia de Tomy).
Durante un tiempo (tiempo, curioso concepto), el hermano menor, Albert, había intentado dar con una solución, investigar sobre fenómenos que hayan ocurrido antes de esta naturaleza, analizar que había cambiado con respecto a los demás días normales de su vida, aquellos en los que se iba a dormir un 23 de agosto y despertaba en un 24 de agosto. Había recurrido a tarotistas, aquellos del parque cercano al centro comercial. Si el tiempo hubiera avanzado de forma regular a través de estos 48 días y Albert hubiera hecho las cosas que hizo, seguramente lo habrían tildado de loco. Pero el tiempo no avanzaba. Sólo Albert conocía el día. Sólo él podía desentrañar el enigma detrás de esto. Pero no encontraba nada, absolutamente nada.
Desesperado. No hay otra palabra para describir el estado en el que Albert se iba a su cama cada noche. No sólo lo embargaba el impacto por la pérdida de su hermano (que más que impacto se había transformado en un diario caminar). También tenía que lidiar con el sentimiento de fracaso de cada día al no poder remediar su situación, y el miedo que le provocaba el probable nuevo día. Un 24 de agosto, con su hermano muerto, y el tiempo ya avanzado de forma regular. Sin forma de recuperarlo. Una muerte que para toda otra persona calificaría de “normal”.
El día 49, ya cansado de levantarse todas las mañanas a evitar una posible muerte, Albert se despertó sin ánimos de despertarse, ¿qué más daba, si finalmente iba a tener que ver a su hermano morir nuevamente, ya sea camino a la fuente de sodas, saliendo de esta, camino de vuelta al motel, ya en el motel...
Creep en el despertador. Grito de Tomy. Llamada equivocada. Pero hoy no saldría de casa. No esperaba que una respuesta llegara así como así, ni caída del cielo, nada por el estilo. Simplemente no la esperaba. No quería hacer nada en absoluto. Sólo hibernaría por un tiempo, pero nadie ni siquiera lo notaría. No se le podía llamar siquiera hibernación, porque para eso tendría que haber tomado una decisión, pero esto era precisamente lo contrario: no hacer nada, no decidir nada, sólo basado en la desesperanza. Quizá Tomy le preguntaría si se siente mal y luego moriría…y al otro día le preguntaría de nuevo…sólo cerró los ojos y dio vuelta su almohada para esperar la notificación de muerte de su hermano unas horas más tarde, si alguien se dignaba a llamarlo.
La luz del nuevo (¿nuevo?) día lo despertó, y, aunque somnoliento, Albert dedujo algo: nadie le había notificado de la muerte de su hermano el día anterior, para su sorpresa. Eran extranjeros en la tierra que pisaban, pero no habría venido mal una llamada policial o algo por el estilo. Aunque todo lo que estaba viviendo no formaba parte del tiempo normal, hubiera sido agradable (contextualizando también a la situación) haber sabido que a alguien más le importaba la muerte de su hermano. Pero no.
Se quedó en su cama, esperando que Tomy le gritara que se levantara – cosa que debía pasar en alrededor de 30 segundos, le dictaba su reloj interno -, pero nuevamente para su sorpresa, no pasó nada…algo raro había en el ambiente. Su corazón se dio cuenta antes que él. Con un salto les estaba haciendo saber que no se había levantado con el despertador. Que no había tal despertador de hecho…mirando alrededor, se dio cuenta que no era su pieza, que no estaba acostado en su cama, y se escuchaba a alguien caminando hacia la puerta de la habitación, intentando no hacer ruido, pero a paso firme.
Segunda parte

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